Todas las noche igual... Sea la hora que sea, cuando me voy a la cama, después de mi ritual de limpieza (ya se ha convertido en todo un ritual) me siento en el borde de la cama, esa que casi nunca hago y que se distingue por el lío de mantas y sabanas que se alborota encima como si se peleasen entre ellas.
Siempre reina el silencio en esta bendita casa, solo se escuchan las maquinarias polvorientas de los relojes sin hora que colecciona mi padre solo por darse el gusto de limpiarlas... A pesar de eso, para mi, la casa está en silencio, quizá sea la costumbre...
Al mirar mi habitación me doy cuenta de que en realidad lo único que me alumbra ( o mas bien me deslumbra ) es la luz amarillenta de mi lámpara de noche, de resto, el cuarto reside en perversa penumbra.
La verdad es que no sé como lo hago, pero inmediatamente mi cabeza se pone en marcha, tengo que coger mi improvisada libreta ( que no es mas que una agenda atrasada y nunca estrenada, de estas que te dan las revistas y que poca gente usa mas que para decorar los cajones y estanterías) y mi bolígrafo, al que tanto cariño le he cogido últimamente, e inmediatamente me pongo a garabatear ideas, dibujos, listas de cosas por hacer, por comprar, a tachar palabras de líneas escritas hace un día o tal vez una semana... Lo cierto es que cuando me siento en mi cama la maquinaria de mi cabeza, al igual que lo relojes de la casa, se ponen a funcionar... A veces no se si lo que oigo es el traqueteo de los relojes o el de mis ideas.

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